13 jul 2008

Los Olvidados

Hace un tiempo atrás, en otro de estos comentarios, había tocado el tema de los elegidos de la revolución cubana, hoy, por esas cosas de la vida, concreto este para aquellos que por un motivo u otros han sido, sin distinción de sexo, raza o tiempo, olvidados de la historia de la isla, una historia que se escribe diariamente pero que deja, en sus borrones, mas vacíos que huecos negros en el universo.
Concentrémonos entonces en el boxeo, orgullo de muchos de nuestros nacionales.
¿Conocerá alguno de esos muchos, mi generación o la de mis padres, a Luis Sarria?
Yo, como unos más de la “afortunada generación” de los setenta, me puedo recordar frente a un televisor brincando la alegría cuando, con sus puños, un cubano vencía a su adversario. Puedo recordar también a los comentaristas disparando todo aquel discurso, al mas puro estilo nacionalista, de engrandecer todas las “batallas” ganadas por el boxeo cubano sin nunca llegar a escuchar, por equivocación, una reseña a Luis Sarria, cubano también, nacido en un pueblo perdido del centro de cuba en los primeros años del siglo XX y que en 1950 ( si mal no recuerdo), regresaba con tres medallas de oro para la isla al frente de la escuadra de boxeo amateur en los centroamericanos de Guatemala, un huérfano que sobrevivió al golpe de levantarse cada día a limpiar botas mientras no despertaba del sueño de pelearse al mundo en un cuadrilátero, un hombre que no pudo matar el hambre con sus nudillos y no obstante dio lo mejor de si, años mas tarde, poniendo y perfeccionando los guantes en puños de otros cubanos, uno de esos tantos sin afinidad política, su ideología se resumía a los gritos, el “ring” y las toallas, un paisano que para nuestro subconsciente auditivo no existía, como no existía tampoco una referencia directa, de el, en nuestra historia deportiva hablada cuando, de la escrita, había sido excomulgado por los que la escriben en el mismo momento de “traicionarnos”
Para los que rehicieron los libros de la cuba actual, plagados todos entre “el antes y después”, no encajaba en ese selecto grupo de hombres que han llevado en sus espaldas el peso de las victorias de otros, un personaje como Sarria, ese que había vendido periódicos en la habana, en los cuarenta, para poder entrenarse. Gracias a no encajar en ese selecto grupo, tampoco me había enterado hasta hace poco que un coterráneo mío, que pudo haberse chocado mas de una vez con mis abuelos en su pueblo, era el culpable directo del amor de Muhammad Ali por cuba y de su fama en el cuadrilátero, el mismo Sarria que había gritado su hambre en callejones cienfuegueros y que, en un funesto momento, se quedaba “afuera” para cultivar un sueño que se le rompía en la isla. El, que nunca fue un rico hacendado, un capataz, un inversionista o un aburguesado pro-yanqui y que también le tocó ser escarmentado y condenado al olvido por aquellos a los que les dio la revolución, un día, el poder absoluto de quitar-borrar-tachar los que no compartieron nuestras desgracias ideológicas.
Esta es mi reverencia, mi ensarte de recuerdos vagos que he apuntalado, como alfileres, con el desconocimiento de mi misma patria, a esa leyenda le sumo, por hoy, la de Luis Sarria, un pobretón embarrado de betún que llegó, aunque su pueblo no se haya enterado de ello, tan lejos como sus puños y dedicación se lo permitieron, un hombre que como muchos otros seguirán, por mucho tiempo, en el olvido de nuestras conversaciones.

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