23 dic 2008

La Navidad o ese Inevitable dolor de la Cartera.

Alguien me ha dicho que la navidad es la misma en todos lados y, aunque no estoy de acuerdo con la sugerencia, no logro imaginar la celebración de la navidad en otros confines con el mismo espíritu de compra-locura-atropelladora con el que- nacidos o no en Canadá - celebran tan esperada fecha. Por momentos no entiendo si es que no acabo de interiorizar el sentido de una fecha que, con aquel viejo ideal de compartir y unir se nos ha transformado - entre las manos - en un asalto a nuestros bolsillos y, sobre todo, en una tarea epopéyica de como, y a que costo, mantener nuestro “quedar bien” con los demás.
Desde la llegada rimbombante (para beneplácito de los niños) de Santa Claus a la ciudad, engalanado y muy bien antecedido por toda una gama de publicidad y patrocinadores, todo empieza a parecer más una ineludible convocatoria a no olvidar nuestras compras que un regocijo por el verdadero significado de la época. Llegó santa y no hay otra tendencia, publicidad televisiva, cartel o emplazado que no esté dirigido exclusivamente a donde y que vamos a comprar. ¿Es realmente este el sentido de la tradición original que nos ha llegado después de tantos años? Yo, agradezco poder vivir hoy en este país, y junto a mi familia poder disfrutar sin tapujos de un período tan colorido como lo llega a ser la navidad o el año nuevo, pero también agradezco el no dejar de alarmarme al ver como vamos cayendo, muchas veces sin sentido, dentro de ese vacío espiritual que tratamos de llenar con listas y regalos que se traducen en caras angustiadas cuando no obtenemos lo que pronosticamos y no es que lo anterior aplique al 100% de nuestros coterráneos pero muchos saben de que hablamos: compramos el regalo más caro pero no podemos compartir con nuestra familia por “diferencias irreconciliables”, los niños hacen tiempo para el 25 pues saben que les llegará lo que está es su lista de “necesidades” y en resumidas ya les enseñamos que Santa no llega el 24 en la noche (los regalos han estado debajo del árbol desde el 16), hacemos un hueco el 24 o 25 para estar con la familia ¿y el resto del año? O, nos excedemos en maneras y amabilidades entre el 15 y el 31 para el 2 de enero estar “discutiendo” por cualquier tonta razón cuando todo ello no es más que el disfraz que nos pone el Ego en su virtual engaño, comprar desmedidamente no reemplaza el ser interior que nos mantiene vivos y esto lo expongo con conocimiento “del hecho”.Los que como yo nacimos en cuba (con lo católico como cultura) después de la década del 60 - que según la plataforma pragmática de izquierda latinoamericana es el país más justo del hemisferio occidental - solo llegamos a saber de la navidad por: cuentos, una cena en familia o por alguna que otra celebración, muy callada, que hacían algunas familias de larga tradición católica. Las iglesias estaban vacías, no habían arbolitos de navidad, los juguetes no los habían cambiado para un sorteo en verano, a santa lo habían excomulgado por extranjero, en las tiendas “no quedaba” mucho que comprar y, no obstante a toda esa incoherencia con el desarrollo humano recuerdo con mucha añoranza nuestras reuniones, los parientes, las risas, la esperanza, los amigos o el estar jugando hasta cualquier hora sin que la felicidad de la fecha la opacara un regalo, algo que se recoge muy bien en esa canción que reza: No tuve Santa Claus ni árbol de navidad, pero nada me hizo extraño… (Sé que mi historia no difiere tanto - salvando la ubicación geopolítica - de muchos de los que llegarán a leer estas ideas). ¿Entonces? no olvidemos que todos los extremos (la carencia y la abundancia, la benevolencia y la intolerancia, la prohibición y el beneplácito) son malos, y pueden llegar a crucificar un legado que necesitaran nuestros hijos en un futuro, hoy, no sé si la navidad se nos ha falsificado con tanta abundancia de la arrogancia, la indolencia, la mercadotecnia o por el solo hecho de esa herida de muerte que le clavamos cada año y, si es así señores, no hay muchas probabilidades de que esta sobreviva.
A.Valdés

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