8 nov 2008

Heredia, el Niágara, una placa y un poema


Publicado en el periódico semanal El Correo Canadiense de Toronto en noviembre 17-2008

-La primera vez que la percibí fue en el 2004 (gracias a un amigo que hacia turismo) bajo una lluvia que se desprendía de los torrentes y que hacia mas insoportable el frío que todavía no nos abandonaba, luego en el 2005 y así hasta este noviembre del 2008 cuando, desafiando de nuevo a la naturaleza bajo una intensa lluvia que nos traía el viento desde lo mas profundo de la caída, usurpaba yo una foto al único lugar - en ese extenso muro que rodea las cataratas - que hace referencia de otra época y otro país mas allá de Canadá, en este caso a cuba, su poesía y su destierro. Ahí estaba la placa en bronce con la imagen inmóvil de José Maria Heredia, uno de esos tantos desafortunados cubanos que en su exilio se habría embriagado ante la demoledora imagen que le mostraba la naturaleza, ¿la única diferencia con los otros? El perpetuaría su dividida experiencia de lo inmenso y la lejanía en un canto que seria inmortalizado en los muros del área: su Oda al Niágara, un canto que los visitantes desconocen de la misma manera que los cubanos desconocen de la existencia o las razones para que este pedazo de bronce, que recoge un pedazo de la isla y su historia, siga incrustado ahí, sereno e indiferente, a la espera que algún que otro entrometido lo revele y llame su curiosidad como llamó mi atención el pie de la tarja: “para Niágara del pueblo de cuba”. Por alguna de esas raras situaciones - difícil de explicar al mismo tiempo - aquel enunciado se me hizo tan insólito que hasta pensé era un nuevo ataque de mi delirio combinado con esa ilusión inmensa de algún día poder explicarme mi desconfianza o quizás, pudiera decir, “ese” mucho de escepticismo perplejo que me han achacado los años y la lejanía, lo cierto es que, con mis espejuelos chorreados de Niágara, me di la vuelta y dejé atrás, allí, en el mismo lugar, un pedazo de mí que se debatía entre el orgullo de hallarlo reiteradamente y la pesadumbre de su soledad sofocada de lluvia, no mas, allí se quedaba aquella placa en su quietud al mismo tiempo que dejaba yo con el bronce, la poesía o toda esa agua, una incertidumbre que todavía “machaca”.

Continuación del artículo en: La primera placa a Heredia, la pasión de unos y la irreverencia de otros.

© A.Valdés Delgado. 2008

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